Opinión

Los instrumentos de rechazo: el corte de boleta y el ausentismo

 

Por Jorge Raventos

Las últimas dos jornadas de campaña previas a las PASO de hoy estuvieron marcadas por el tema de la inseguridad ciudadana. El ataque criminal a Morena, una niña de 11 años asaltada y muerta cuando iba camino a su escuela, en Lanús, provocó una conmoción en la opinión pública y determinó que las fuerzas políticas asordinaran su proselitismo y suspendieran sus actos de cierre. Morena no fue la única víctima de la inseguridad en estos días: otras muertes y hechos violentos se sumaron. En rigor, estas jornadas no son una excepción, pero que ahora la víctima del crimen fuera una nena de edad escolar y que la violencia ocurriera a pocas horas de los comicios, cuando hasta lo más remisos se preparan para formular a través del voto un juicio sobre la situación, potenció el impacto.

El último jueves, alrededor del lugar donde se ofrecía el responso a Morena, los presentes coreaban entre sus protestas la consigna “No votar”. El ausentismo convertido en voto castigo. ¿Castigo, a quién? A todos.

Se trata de una versión todavía tranquila del “que se vayan todos” de dos décadas atrás y convendría que la política la atendiera antes de que el tono se altere más. Ese jueves, además de gritos hubo piedras. Y en la 9 de Julio -otro escenario-, hubo fuego sobre una urna, enmascarados, cascotazos contra vidrieras y contra policías y un muerto.

Se llega a las primarias en una atmósfera de luto, decepción y apatía que incidirá sobre sus resultados.

En las elecciones presidenciales de 2019, la fórmula del Frente de Todos que encabezó Alberto Fernández obtuvo casi 13 millones de votos y la de Juntos por el Cambio, que postulaba la reelección de Mauricio Macri, quedó más de 2 millones de votos debajo de ella. En términos porcentuales, la distancia se disimulaba un poco: 48 contra 46,3 por ciento. Aquel año votaron 27.525.103 ciudadanos, el 81,3 por ciento de los empadronados. Es muy improbable que en el ciclo de comicios que se inicia hoy con las PASO se alcancen esas cifras.

El crecimiento de los ausentes

Desde luego, no son estadísticamente comparables elecciones nacionales en las que se decide al próximo presidente con primarias en las que se seleccionan candidatos y se mide (y filtra) a los competidores según su representatividad (solo las candidaturas que superen el 1,5 por ciento en las PASO serán habilitadas a participar en la elección “de verdad”).

De todos modos, el panorama que se dibuje hoy permitirá aproximaciones y pronósticos sobre el comicio de octubre mejor fundamentados.

Los datos más recientes -provistos por las elecciones provinciales que se realizaron en los dos o tres últimos meses- confirman que el ausentismo está elevándose. Y esta parece ser una tendencia sostenida: si en 2019 había sido de 18,7 por ciento, en los comicios parlamentarios de 2021 llegó a 28,3 por ciento mientras el promedio de las provinciales de este año supera cómodamente el 30 por ciento.

No votar no es ya un gesto de negligencia ciudadana o de mera pereza dominical; se ha vuelto un instrumento de impugnación.

Ocurrida en vísperas de las PASO, la muerte de Morena seguramente tendrá efectos sobre las cifras de la elección. En principio, sobre el nivel de participación, pero los estrategas de las distintas fuerzas especulan, además, sobre a quién beneficia y a quién perjudica el hecho que, más allá de su localización en un punto del conurbano (Lanús, un distrito gobernado por el candidato a gobernador de la línea de Patricia Bullrich) en una provincia regida por Axel

Kicillof, candidato a la reelección por el kirchnerismo, extiende su influjo a todo el país a través de los tanques mediáticos metropolitanos y la penetración de las redes algorítmicas.

Quién puede capitalizar

Hay quienes consideran que la irritación antipolítica puede favorecer a La Libertad Avanza, identificada con el discurso “anticasta” de Javier Milei. Sin embargo, en las cercanías de este candidato hay preocupación ante la eventualidad de que un sector de su electorado potencial se incline más bien por expresar su protesta absteniéndose de votar: el candidato ha dedicado muchas de sus últimas intervenciones públicas a reclamar a sus simpatizantes participación, tanto en las urnas como en la fiscalización.

La candidatura de Patricia Bullrich, con una prédica fuertemente asociada al tema de la seguridad y el orden en las calles, podría también verse indirectamente favorecida por el clima de indignación suscitado por la muerte de Morena, más allá de que el lamentable suceso ocurriera en el bastión de un alcalde y candidato de su propia corriente.

En la imagen de Sergio Massa, el tema seguridad también es un activo, que construyó en sus tiempos de intendente de Tigre -fue pionero en el empleo de cámaras de seguridad en calles y puntos neurálgicos-, de modo que la atmósfera de mano dura que impera en la previa de las PASO no lo encuentra mal montado. Su campaña recordó esos antecedentes. Sin embargo, el peligro del ausentismo lo afecta. La cifra absoluta que él obtenga en octubre (más que el porcentaje) será la que atraerá la atención de los críticos. El oficialismo perdió casi 5 millones de votos entre la elección (presidencial) de 2019 y los comicios (de renovación legislativa) de 2021. En términos porcentuales, pasó del 48 al 32 por ciento. Alcanzar como fuerza en las PASO un porcentaje que emule el de 2021 representaría un módico triunfo como punto de partida.

A partir de allí, tendrá que esforzarse para asegurarse como candidato con una performance que no solo conserve el capital reunido por las dos boletas oficialistas de las PASO (la suya y la de Juan Grabois), sino que sume una cuota significativa del todavía amplio contingente de ciudadanos que deciden su voto uno o dos días antes de la elección.

Para eso, es probable que deba desplazarse de lo que fue su mayor prioridad en esta primera etapa -la consolidación del voto propio de su coalición, algo que le requirió una sintonía ajustada con la vicepresidenta- a una versión más amplia y más cercana a los posicionamientos en los que se siente más cómodo, es decir: mostrando autonomía y volcándase al centro.

Piedra, papel y tijera

La información más esperada del domingo será, en rigor, el resultado de la primaria de Juntos por el Cambio. Esa interna es la verdaderamente competitiva en estas PASO.

Un triunfo de Patricia Bullrich permitiría, quizás, que Massa ocupe con más comodidad el centro del tablero político para atraer a votantes de Larreta que desconfían de la línea confrontativa de ella y temen que provoque situaciones de gran tensión.

La apuesta de Larreta es construir “una nueva mayoría” a través del diálogo político y los acuerdos. Aunque por cierto Bullrich, en caso de ganar la interna, se movería hacia posiciones más conciliadoras y realistas que las que ha empleado en la campaña PASO, buscando fidelizar al público opositor más intenso, le resultará difícil diluir en unas pocas semanas el estilo de peleadora frontal (a todo o nada) en el que se afirmó hasta ahora.

Quizás el capítulo más sensible de la interna de Juntos por el Cambio es el que definirá la jefatura de gobierno porteña. Porque en ella está en juego el continuismo de la hegemonía macrista (encarnada en la candidatura de Jorge Macri, apuntalada por su primo Mauricio, creador de la escudería política), desafiado por el cambio, que se expresa en la candidatura de Martín Lousteau, un neorradical ariete de líneas muy influyentes de la UCR capitalina.

En virtud de su alianza a nivel nacional con Horacio Rodríguez Larreta, Lousteau ofrece la perspectiva de un tránsito suave de aquella hegemonía macrista a un régimen coaligado de Juntos por el Cambio, en el que la tradición del PRO no esté ausente pero comparta equitativamente la conducción con el radicalismo. Desde el costado macrista, sospechan que Larreta, aunque proclame su apoyo “al candidato de mi partido”, mueve alguna de sus fichas en favor de Lousteau.

En unas horas, empezarán a develarse algunas de estas incógnitas. Y se abrirán otras.

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